El liberalismo económico, esa forma eufemística de llamar al capitalismo más rapaz, se marcó su mejor tanto el día en el que los pequeños empresarios se creyeron que sus intereses eran los mismos que los de la gran finanza. El propio José Antonio, en sintonía con el mejor pensamiento revolucionario de su época, advertía que el capitalismo era tan enemigo de la propiedad privada como el marxismo. Pero el pequeño burgués de entonces - como el de ahora- siguió viendo a los grandes partidos de la derecha como su mejor defensa frente a la demagogia marxista. Esa idea siguió enraizada en la cazurra mollera de la "gente de orden" hasta los años del gran birlibirloque al que los cronistas de medio pelo, los imbéciles y los malvados, llamaron "la Transición". Hoy, esa palabra apenas evoca un estereotipado guión de "Cuéntame cómo pasó" en la lobotomizada memoria colectiva del españolito de a pie o de a patinete eléctrico. Décadas de logses, memorias histé...