Revista digital SOMOS Nº 14 , Verano 2019
El dogma del Nuevo Orden Mundial
Cuando Platón en “La República” describió aquella magnífica alegoría
que se dio en llamar “Mito de la Caverna”, quizá no podía imaginarse hasta qué
punto su metáfora constituiría la mejor definición de la sociedad occidental en
el siglo XXI.
Para los damnificados por la LOGSE, hay que aclarar que en dicha
alegoría el sabio griego describe a unos hombres encadenados desde su
nacimiento en el fondo de una caverna. Estos hombres carecen de la capacidad de
mirar hacia otro lado que no sea una de las paredes de la caverna en la que, a
modo de sombras chinescas, sus carceleros proyectan diversas imágenes que los
encadenados toman como única referencia de la realidad en la que viven.
Las sombras que el europeo
actual ve proyectarse en la caverna virtual y omnipresente de los medios de
comunicación, redes sociales, libros de texto y espectáculos, han dejado de ser
una simple distracción con la que el esclavo/consumidor olvida que está
encadenado y, en las últimas décadas, han devenido en dogma de obligada
creencia cuyo simple cuestionamiento lleva aparejadas las más severas sanciones
y el general reproche social.
Ingeniería social políticamente correcta
Esto no es casual. Desde los distintos sanedrines del marxismo
cultural, generosamente financiados por los soros y kalergis de la ralea
globalista, se ha diseñado un programa de ingeniería social encaminado a
convertir al hombre blanco en entusiasta palmero de su propia destrucción.
Así, desde el jardín de infancia, al niño europeo se le inculca, por
ejemplo, un histérico rechazo de la violencia sin que se le permita considerar
aquellos casos en los que el uso de la fuerza está justificado moralmente. Los
casos de acoso escolar, muchos de ellos de trágicas consecuencias, son
consecuencia de este fomento de la cobardía en los escolares.
Mientras se castra mentalmente a la infancia europea, se inundan las
aulas de Europa con multitudes inmigrantes provenientes de culturas arcaicas y
subdesarrolladas que asumen un sistema de valores distinto -cuando no opuesto-
a los de nuestra tradición cultural.
El niño europeo se ha convertido en un obeso y pusilánime llorica,
víctima ideal para las bandas de inmigrantes que dominan los patios de recreo.
A diferencia de sus padres y abuelos, el escolar europeo es incapaz de dirimir a
bofetones sus disputas, para alegría de psicólogos infantiles y de sus
compañeros de clase llegados de culturas menos hipersensibles.
A esta población exógena no sólo no se la intenta domesticar -como a la
población europea- con los complejos y cursilerías de lo políticamente correcto,
sino que se fomenta que imponga sus usos y costumbres por muy bárbaros y
salvajes que sean éstos.
Con una desfachatez digna del paradigma orwelliano del “doblepensar”, la
ortodoxia políticamente correcta de la posmodernidad admite y promueve que se
adoctrine a los niños en el talibanismo feminista más delirante y se imponga su
estúpida neolengua (“miembros y miembras”, “empoderar”, “patriarcado” y demás palabros
ridículos) a la vez que subvenciona generosamente a la cultura que más denigra
a la mujer con vestimentas arcaicas y que consagra como norma religiosa su
sumisión al varón.
En los colegios europeos, las
moritas pueden, por ejemplo, asistir ataviadas con vestiduras medievales a unas
aulas en las que se adoctrina sobre transexualismo, feminismo y demás
disparates de la más canónica y pervertida ideología de género.
La endofobia como asignatura
Al europeo se le enseña, desde telediarios, series de tv, y hasta
anuncios publicitarios, a odiar su propia Historia. y a sentirse culpable de
todas las desdichas y catástrofes que padecen otras razas y culturas.
En España, siempre más papista que el Papa, esta endofobia se lleva a
extremos delirantes como cuando, en algunas regiones españolas, se adoctrina a
los escolares en el odio a su Patria y se les prohíbe incluso utilizar el
idioma español en los colegios, todo ello con el aplauso traidor o la cobarde
inacción de una clase política moralmente putrefacta.
Al europeo se le adoctrina en el auto-odio y se le anima a la
desaparición.
En lugar de asesinar a grandes masas de población -como hicieron, por
ejemplo, los turcos con los armenios- al Nuevo Orden Mundial le resulta más
barato y eficaz que sea la propia raza a extinguir la que aplauda las medidas
que la harán desaparecer a medio plazo: mestizaje, aborto, fomento de la
homosexualidad, etc.
Hacia una sociedad de esclavos obedientes
Quizá la más perversa consecuencia del actual auge globalista-
neoliberal en lo económico y marxista en lo cultural- sea la progresiva
destrucción de los derechos laborales conseguidos por los trabajadores europeos
a lo largo de décadas.
Que el liberalismo económico, con su discurso neoesclavista, abogue por
la supresión del salario mínimo, la privatización de las empresas públicas y la
precarización de las relaciones laborales, entra dentro de lo esperable.
Pero que la actual izquierda, que se ha llenado tradicionalmente la
boca hablando de la defensa de los trabajadores, haga el “trabajo sucio” de la
derecha es directamente indignante.
La izquierda posmoderna ya no habla de nacionalización de la banca, de
condiciones laborables justas o de estabilidad en el empleo. O lo hace con la
boca pequeña. Las grandes causas por las que actualmente se moviliza una
izquierda cómodamente instalada en la decadencia burguesa ya no son
reivindicaciones obreras sino una serie de vagas consignas a medio camino entre
la idiotez hippy, un vago ecologismo sensiblero e ignorante, un feminismo de
sobaco hirsuto y la promoción de las más aberrantes consignas de la ideología
de género.
La muestra más clara de que a la actual izquierda-caviar le importan
una mierda los obreros europeos es su desaforada defensa de la inmigración
masiva que precariza a marchas agigantadas un escenario laboral de vocación
tercermundista.
A pesar de etiquetas y clichés que siguen insistiendo en la división trasnochada
entre derechas e izquierdas, cosas como este fomento de la invasión inmigrante
-que sólo favorece a empresarios sin escrúpulos y a oenegés mafiosas- ponen de
manifiesto la connivencia cada vez menos disimulada entre la progresía y la
oligarquía económica. Que, cada vez más, tienden a ser la misma cosa.
Dos bandos
En la política de este primer tercio del siglo XXI la batalla política
ha hecho que se definan claramente los dos bandos en liza. Y no son, como la
propaganda demócrata nos quiere hacer creer, las derechas y las izquierdas.
Como en la caverna de Platón, los conceptos de derechas e izquierdas no
son más que fantasmagorías manejadas por la misma mano de la Usura
internacional.
En una esquina del ring, ya se adornen con rastas piojosas o con
corbatas de seda, están los que defienden el globalismo, la inmigración masiva,
la debilidad del Estado, el libre mercado, la consideración del trabajo como
mercancía, el multiculturalismo y la degeneración social y moral.
En la otra, amordazados por unas leyes que castigan la libertad de expresión
cuando lo expresado no coincide con lo políticamente obligatorio, perseguidos,
difamados y satanizados por el Sistema, estamos los que, enarbolando las viejas
banderas, defendemos que la soberanía nacional es la última salvaguarda de la
libertad, que no hay Patria sin Justicia y que la misión del Estado es proteger
nuestra identidad como comunidad y armonizar los intereses de todas las clases
sociales subordinándolos al interés común de la Patria.
Sólo dos bandos. Y, aunque los hay, no es tiempo de matices ni de
discusiones bizantinas. Camarada no es el que piensa como nosotros, sino el que
lucha a nuestro lado. Pues eso.
J.L. Antonaya