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CLARIVIDENCIA EN ORWELL Y PENSAMIENTO ÚNICO.



 Revista VÉRTICE Nº 6 

A medida que la dictadura del Pensamiento Único se va imponiendo sin apenas oposición, asombra cada vez más la capacidad de predicción que tuvo George Orwell en su novela "1984".
La crítica más superficial ha venido interpretando la obra simplemente como una crítica al estalinismo.
Orwell fue testigo en la Guerra Civil de la brutal represión que el PCE, por orden de Stalin, ejerció contra los trotskistas del POUM, asesinando y torturando a cientos de sus militantes. Esa experiencia abrió los ojos del escritor sobre la verdadera naturaleza del régimen soviético y, evidentemente, en "1984" hay mucho de retrato de la tiranía comunista.

Pero la novela va mucho más allá de una coyuntural crítica al comunismo para anticipar, con clarividencia asombrosa, los rasgos más importantes del modelo social que, desde 1945, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial están imponiendo al mundo. 
Es precisamente ahora -cuando la ingeniería social planificada en escuelas de Frankfurt, opensocietys, bilderbergs y demás sanedrines del dogma políticamente correcto está permeando todas las convenciones sociales- el momento en que resulta más evidente el paralelismo entre los rasgos de la distopía orweliana y las características de la sociedad occidental posmoderna.

Neolengua.

A semejanza de la Neolengua del régimen orwelliano del Ingsoc, el lenguaje llamado “inclusivo” extiende sus estrambóticos términos y estupideces sintácticas entre capas cada vez más amplias de la población.
Las cursilerías, muletillas y frases hechas de la neolengua políticamente correcta -circunscritas hasta hace poco a la jerga de los políticos profesionales y “sindicalistas” subvencionados- ya se pueden escuchar en boca de presentadoras de telebasura, comentaristas deportivos, marisabidillas de tertulia y todo tipo de analfabetos funcionales de los que abundan en “reality shows”, programas de cocina y concursos de cantantes.
Tanto los dirigentes de la ficción orwelliana como los actuales poderes que rigen la sociedad son conscientes de que quien controla el lenguaje, controla el pensamiento.
 Lejos de ser una moda estúpida, las neopalabras del Pensamiento Único (“heteropatriarcado”, “género” en vez de “sexo”, “este país” en vez de “España”…) condicionan los conceptos y consagran el maniqueísmo dogmático de la corrección política.
Asimismo, la neolengua sirve para satanizar a cualquiera que cuestione sus dogmas mediante términos descalificadores creados a medida para cada polémica (“homófobo”, “xenófobo”, “machista” incluso “gordófobo”…) Aunque lindante con el surrealismo más absurdo, el nuevo lenguaje gregario se extiende imparable incentivado por el miedo a ser señalado con alguno de estos términos.

Los Dos Minutos de Odio      

Orwell describe la ceremonia de “Los dos minutos de odio” como la emisión diaria de imágenes de enemigos del régimen a las que es obligatorio abuchear y mostrar el odio más absoluto.
Viendo la parrilla de programación de algunas cadenas de televisión, “canales historia” y “discoverysmax” se puede observar esta monomanía del odio sistemático contra lo que el régimen considera su peor enemigo. En la ficción es un tal Enmanuel Goldstein (trasunto de León Trotsky, cuyo verdadero apellido era Bronshtein).
 En la realidad, el enemigo que se nos presenta como la suma de todas las maldades -no durante dos minutos diarios sino de forma prácticamente permanente-, el malvado cuya imagen se ha convertido en sinónimo de lo absolutamente perverso y al que la industria del cine ha consagrado como el villano de todas las historias es, hoy día, alguien tan famoso como desconocido. En el imaginario colectivo, la verdad sobre el personaje está definida por los guionistas de Hollywood en lugar de por la realidad histórica.
 No hace falta nombrarlo para saber que nos referimos a alguien cuyas iniciales coinciden con las de Alfred Hitchcock. 

El control del correo

En “1984”, las comunicaciones personales están controladas por el Estado. Orwell anticipó las herramientas de software que actualmente espían nuestros correos electrónicos, mensajerías instantáneas y búsquedas en Google.
Y anticipó algo mucho más preocupante: la indiferencia de los usuarios ante la violación sistemática de la privacidad que empieza a asumirse como una molestia inevitable.
El ciudadano medio no cuestiona el control de sus datos a pesar de que cada cierto tiempo se promulguen leyes que, presuntamente, protegen dichos datos personales y que, lejos de conseguir su objetivo, sólo sirven a la postre como incordios burocráticos.
Ya no hacen falta complejos sistemas de espionaje ni “stasis” funcionando a destajo para recopilar datos personales. Gustosamente, el siervo tecnológico actual detalla vanidosamente en sus redes sociales hasta los más intrascendentes acontecimientos de su existencia. Y los diversos zuckerbergs y similares se siguen haciendo millonarios vendiéndolos a multinacionales y gobiernos.



Policía del Pensamiento y Crimental

En la novela se describe a un cuerpo policial encargado de detener y castigar a cualquiera que sostenga una opinión considerada contraria al dogma oficial. El mismo hecho de pensar es considerado delito, llamado “crimental”.
Si sustituimos “Policía del Pensamiento” por otro término de curiosas resonancias orwellianas como Fiscalía del Odio o por las “Normas Comunitarias de Facebook” entenderemos la encarnación en nuestra realidad de la inquisición intelectual que anticipó Orwell.
 En España no sólo se suspenden cuentas en las redes sociales de la forma más arbitraria y sectaria. Se cierran librerías, se encarcela a libreros y se destruyen libros en base a denuncias de ciertos grupos de presión, antaño considerados maestros de la mentira y hoy convertidos en árbitros inapelables del pensamiento obligatorio.
El crimental ahora se llama “delito de odio”.


Telepantallas

Un elemento fundamental en la trama de “1984” es la omnipresencia de las “telepantallas”, intuición genial de lo que sería la influencia televisiva como herramienta de propaganda y control social.
George Orwell escribió su novela entre 1947 y 1948. Sorprende la anticipación casi profética de lo que en esa época era una tecnología todavía incipiente.
En la actualidad, el paralelismo con la telepantalla orwelliana no se establece solamente con la televisión convencional sino con la multitud de pantallas (móviles, tablets, ordenadores…) que mantienen hipnotizado al ciudadano medio durante cada vez más horas diarias.
Una característica de las telepantallas de “1984” era la imposibilidad de ser desconectadas.
El Gran Hermano tecnológico ha llegado un paso más lejos que la distopía de Orwell. Las telepantallas reales pueden desconectarse, pero nadie quiere hacerlo.
 El peor drama que puede ocurrirle al domesticado ciudadano democrático es quedarse sin cobertura o sin acceso a internet.
 Lo que provoca las peores pesadillas del hombre occidental es el temor a no poder compartir el último chiste malo, el oligofrénico vídeo de gatitos graciosos, la más reciente y ñoña frase de Paulo Coelho o la foto de su merienda en las redes sociales. 

El Gran Hermano ha vencido.


José Luis Antonaya



 


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