Revista digital SOMOS Nº 15 Septiembre 2019
Allá
por 1959 se estrenó una película protagonizada por Tony Leblanc , “Los
Tramposos”, que narraba las peripecias de unos golfos madrileños que viven de
la estafa.
En la
película, dirigida por Pedro Lazaga, se muestran los diversos tipos de timo desde
el tocomocho a la estampita. Especialmente memorable es la escena en la que el
gran Tony Leblanc y Mariano Ozores ejecutan esta última variante sobre un
paleto recién llegado a la Estación de Atocha.
La
eficacia del timo reside en la habilidad para que el pardillo tome una cosa por
otra y para que solamente detecte el cambiazo cuando ya es demasiado tarde.
En la
España de 2019 el paleto de la maleta es el pueblo español que, en lugar de a
la Estación de Atocha, llega al monipodio de falsedades y aberraciones llamado
Posmodernidad.
Los timadores ya no son Leblanc y Ozores, sino
una ralea mucho menos divertida e infinitamente más dañina: políticos
trepadores, periodistas de lametón, banqueros sanguijuelas, oenegés negreras,
feministas hirsutas y demás fauna propia de este vertedero políticamente
correcto y éticamente putrefacto.
El
paleto de la maleta es una víctima facilona porque cree en la existencia real
de cosas y conceptos que nunca existieron o que dejaron de hacerlo hace
décadas.
El
paleto de la maleta sigue creyendo que la izquierda defiende los derechos de
los trabajadores y aún no ha percibido el gran cambiazo: las reivindicaciones
sociales han sido sustituidas por estupideces de lo más variado y grotesco.
La
presunta izquierda ya no lucha por salarios justos o trabajos dignos. En la
época de los contratos basura, de los repartidores de comida a domicilio
obligados a pasar por falsos autónomos a cambio de salarios de miseria y de los
despidos a precio de saldo, las preocupaciones de la progresía son los derechos
de los travestis, la capa de ozono o la virginidad de las gallinas.
Si un izquierdista aspira al certificado de
corrección política expedido por los sanedrines de la progresía más canónica,
ya no debe hablar de nacionalizar la banca ni de lucha de clases, sino que debe
ser vegano, defender el derecho de las mujeres a no depilarse los sobacos y de
los degenerados a ir en pelotas por la calle el día del “orgullo gay”.
No
debe pedir la derogación de reformas laborales esclavistas, ni denunciar el
saqueo de las arcas públicas sino apoyar la inmigración ilegal, las paguitas a
los delincuentes juveniles marroquíes, el aborto y la gratuidad de las
operaciones de “cambio de sexo”.
Pero
si el paleto de la maleta mira hacia la derecha, el tocomocho es similar. Y es
que el paleto de la maleta sigue creyendo que la derecha defiende, aunque sea
de alguna forma indefinida y vaga, la integridad de la Patria, la dignidad
nacional o la tradición cultural de nuestro pueblo.
El
paleto de la maleta todavía no se ha dado cuenta de que, en la época de las
multinacionales, la globalización y el libre mercado más salvaje, ese
conglomerado de intereses económicos, clasismo y cobardía egoísta al que
llamamos derecha, ha reducido el patriotismo a la exhibición extemporánea,
hortera y chillona de banderas y pulseritas rojigualdas.
Mientras
luce orgullosamente su ordinariez, el derechista, incluso en sus versiones más
asilvestradas y verdosas, apoya a lobbys sionistas cuyo objetivo es el
desmantelamiento de las soberanías nacionales en aras de un globalismo usurocrático.
El
derechista, incluso en sus versiones más verdosas, hace aspavientos achulados y
se queja de la islamización de Europa pero defiende la libre circulación de
personas y capitales.
El
derechista, especialmente en sus versiones más verdosas, se emociona viendo
desfilar a la Legión pero le parece fenomenal que nuestro Ejército se haya
convertido en la fuerza cipaya del imperialismo yanqui en sus guerras del
petróleo.
El
derechista se queja de la decadencia de la institución familiar, pero está en
contra de un salario mínimo que permita a un español mantener a su familia con
dignidad.
El
derechista, especialmente en sus versiones más verdosas, se manifiesta contra
el separatismo pero defiende el sistema constitucional que ha permitido su
crecimiento canceroso.
A
semejanza de un enfermo que reclamase como medicina el mismo veneno que ha
provocado su enfermedad, el derechista, especialmente el más verdoso, vocifera
“vivas” a una monarquía corrupta e inepta y a una Constitución nefasta.
El
paleto de la maleta, sigue mirando boquiabierto la exhibición de fuegos
artificiales, pantomima, farsa y postureo de la democracia parlamentaria y los
tramposos lo despluman alegremente.
No
falta mucho para que el paleto de la maleta, igual que en la película de Pedro
Lazaga, caiga en la cuenta de que lo que le han vendido como derechos
fundamentales no son sino recortes de papeles sin valor.
Y
entonces, saldrá corriendo detrás de los timadores de escaño y prebenda
gritando “¡Me han robao!, ¡me han robao!”.
Pero
ya será demasiado tarde.
J.L.
Antonaya