Revista digital SOMOS nº 17 Noviembre 2019
Que sí, que son carne de chiste: Pedro y Pablo, los
Picapiedra, las mamadas del Chepas, Echenique de Ministro de Deportes…Las redes
bullen de memes, chascarrillos y gracietas sobre la alianza entre el
asaltatumbas y el de la coleta. Pero la cosa no tiene demasiada gracia más allá
del humor negro al que tan aficionados somos en la sufrida piel de toro.
Y luego están los lastimosos gañidos de la derecha más
cagona temiendo por la integridad de sus cuentas corrientes. En las emisoras de
radio neoliberales los tertulianos de guardia repiten como loros que vamos a
acabar como en Venezuela y gansadas así.
Y, sin embargo, la oligarquía económica está tranquila. Como
siempre.
Sabe que la rapacidad fiscal de los nuevos frentepopulistas
no se cebará en sus sicavs, sociedasdes opacas y demás martingalas evasivas de
impuestos, sino en los sufridos ahorros de los trabajadores y los pequeños
negocios. Como siempre.
Para las botines, koplovichs, amancios y similares, todo el
problema se reduce a si tendrán que traspasar algo más de pasta a sus cuentas
domiciliadas en paraísos fiscales.
Porque saben que la izquierda hace mucho tiempo que renunció
a algún tipo de cambio de sistema económico o reivindicación de justicia
social, ni siquiera en la versión demagógica, marxista y garbancera.
La lucha de la clase obrera se ha quedado en simple
muletilla vacía de contenido para adornar manifiestos de rojetes de barrio y
carteles de la Fiesta del PCE.
Y es que la izquierda fetén, la que parte el bacalao y maneja
el cotarro está en otra cosa. Sabe que su público objetivo ya no es el obrero ni
el campesino -raras avis en una sociedad desestructurada y consumista- sino el
rebaño de “ninis” de papá, universitarios semianalfabetos, marisabidillas pijas,
garrulos pedantes y ganapanes cursis que constituyen la progresía actual.
Son esos progres para los que la revolución no es
nacionalizar la banca o planificar la economía, sino alabar en las redes a la
niña siniestra del cambio climático, lucir un careto del Che en una camiseta de
marca o hacer campañas de apoyo desde su iPhone a las mafias negreras que,
travestidas de oenegés, fletan “open arms” para llenar Europa de mano de obra
barata y, de paso, contribuir al genocidio blanco.
El progre, como es
sabido, odia a su propia raza. Si un negro, un moro o un chino dicen estar
orgullosos de su raza, a los progretas les parece muy digno y muy guay, pero si
a un blanco se le ocurre decir algo parecido lo crucificarán por racista.
Y esta gente es la que ha metido en la Moncloa a los
Picapiedra del resentimiento. Y Pedro y Pablo no tienen ningún interés en
tocarle los huevos a la banca ni a las grandes fortunas.
Lo que de verdad les pone cachondos es profanar tumbas,
adoctrinar escolares y subvencionar películas para ganar simbólicamente la
Guerra Civil.
Han desenterrado a
Franco y, si les hace falta para mantenerse en el poder, desenterrarán a Isabel
la Católica y a quien haga falta. Desenterrarían a su padre si supieran quién
es.
Y, aunque de gobernar, lo que se dice gobernar, no tengan
mucha idea, son especialistas en seleccionar la carnaza más apreciada por su
base social.
Saben que serán mucho más aplaudidos por ilegalizar a las
formaciones patriotas que por reducir el desempleo. Por dinamitar la Cruz del
Valle de los Caídos que por bajar la factura de la luz. Por ponerles pisitos y
pagas a los moros que por construir autopistas.
Y ahí está el quid de la cuestión: Adivinad quiénes
desempeñaremos el papel de chivos expiatorios y “niños de los azotes” del
régimen naciente.
Exacto.
Y esta vez no serán
hediondos milicianos los que vendrán a darnos “el paseo”. Las muy respetables
“fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado” -tan aplaudidas por la derechona
folclórica-, esas que meten fusiles en las basílicas y arrancan banderas de
España de las manos de los patriotas, nos harán sentir todo el peso de las
distintas leyes de odio, memorias históricas y demás mierdas.
Cuando nuestros
símbolos sean prohibidos, nuestras organizaciones desmanteladas y nuestras webs
clausuradas, ya no nos parecerán tan graciosos los chistes de los Picapiedra.
J.L. Antonaya