Revista digital SOMOS nº 18. Diciembre 2019
Ha llegado Diciembre y, con él, además de los anuncios
navideños, llegó la cansina y acartonada celebración del Día de la Constitución.
Ya saben: ese texto que enumera derechos sin garantizarlos y al que los
demócratas profesionales rinden una aspaventera pleitesía cuando se acercan
estas fechas.
Pocas
cosas me repugnan más que el engaño, la estafa y la mentira obligatoria y la
Constitución del 78 reúne y conjuga de forma magistral estas cualidades
combinándolas sabiamente con el papanatismo más cursi, la prosa más fofa, la
ambigüedad más tramposa y el postureo más descarado.
Aparte
de su papel como excusa para justificar ese saqueo partitocrático de nuestra Patria
al que la prensa pesebrera bautizó con el intestinal nombre de “Transición”, su
consecuencia más nefasta ha sido el fortalecimiento del separatismo.
Se
empieza con la gilipollez envenenada de las “nacionalidades y regiones” y se
termina entregando a los separatistas todos los instrumentos que necesiten para
que rompan España. Generosamente financiados a nuestra costa, por cierto.
Lo
que ha marcado el auge separatista no ha sido solamente el adoctrinamiento en
el odio a España de varias generaciones mediante el monopolio de centros de
enseñanza, espectáculos y medios de comunicación por parte de la mafia
antiespañola. Tampoco
el compadreo de la Corona con la cosa nostra pujolista. Ni la actitud
traidorzuela y contemporizadora de todos los Presidentes de Gobierno
constitucionales con la piara separata.
Ni
la tibieza pusilánime de la cúpula militar.
Lo
que de verdad ha marcado el auge del secesionismo ha sido que no ha tenido
auténtica respuesta desde las instituciones estatales.
Toda
la resistencia al separatismo catalán, por ejemplo, ha nacido de forma
espontánea de los patriotas -no precisamente constitucionalistas- que han
plantado cara en la calle a las bandas de matones autodenominados CDR.
Otra
cosa es que, posteriormente, los políticamente correctísimos
constitucionalistas hayan aprovechado la ocasión para salir de debajo de la
cama y ponerse detrás de la pancarta.
La
falacia más criminal consiste en oponer al mito separatista, en lugar de un
combativo nacionalismo español sin complejos, un edulcorado y ridículo
“patriotismo constitucional” en el que nadie cree de verdad.
La
Constitución del 78 es el cloroformo del patriotismo y la excusa de los
cobardes.
J.L.
Antonaya