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LO QUE SIEMPRE QUISISTE SABER SOBRE LOS BANCOS Y NUNCA TE DEJARON PREGUNTAR.



Revista SOMOS Nº 23 - Mayo 2020

Somos muchos los que, ante un artículo sobre economía o una noticia sobre tejemanejes bancarios, sentimos una pereza inmensa y, generalmente, pasamos página. El intrincado léxico de la jerga económica y el estilo alambicado y plúmbeo, lleno de tecnicismos arcanos, con el que los periodistas de los medios financieros redactan sus aburridísimos textos, convierten la información económica en un coñazo insufrible.
 Generalmente, sólo los aficionados al trile bursátil leen estas cosas con el mismo interés con el que los ludópatas siguen los resultados de las ligas deportivas o de las carreras de caballos. El resto pasamos.
Y esto le viene de puta madre a los que realmente controlan el tinglado de la pasta. La jerga coñazo y la antipática pedantería de los “expertos” tiene como objetivo transmitir la idea de que esto de la economía financiera es algo que debemos dejar en manos especializadas -las suyas- y que los simples mortales somos demasiado ceporros como para entender las sutilezas y eufemismos usurarios. Que mejor nos dediquemos al fútbol y a los concursos de cocineros.
Y es mentira.
Si se quita la hojarasca y la farfolla con la que suelen recubrir sus alambicados argumentos, la cosa se reduce a la mecánica simple y descarnada de la más burda de las estafas.
Pero, como decía el viejo Jack, vayamos por partes:


1.   QUÉ ES EL DINERO.

Para empezar a entender este timo monumental lo primero que hay que tener claro es qué entendemos por dinero.
 Siempre hemos pensado que el dinero es un simple medio para el intercambio de bienes y servicios. Y esto era así al principio. Cada producto o servicio tenía su equivalente en unidades de metales preciosos. Como el oro y la plata eran incómodos de transportar y, en muchas ocasiones, era peligroso llevarlos encima, fueron sustituidos por pagarés y billetes.
 Y aquí empieza lo interesante.
Porque surge la figura del banquero. El banquero se compromete a guardar el oro de alguien y, a cambio, le da un documento que equivale a su valor y que, en principio, le garantiza al depositante la devolución de todo o parte del mismo cuando lo necesite.
Hasta aquí todo correcto.
Pero el banquero se ve de pronto con un pastizal en sus arcas y decide sacarle provecho prestándolo con intereses. El banquero no presta materialmente el oro de sus depositantes, sino que al deudor le da, asimismo, un pagaré o billete. Es decir, un documento que, en la práctica, equivale a la cantidad prestada y que el deudor puede intercambiar por bienes y servicios.
El que recibe este documento, se compromete a satisfacer el posible impago de esta deuda mediante la cesión de sus bienes al banquero. Esto es lo que se conoce como garantía, aval, hipoteca, etc: Bienes tangibles contra un documento cuyo valor viene dado por el convencimiento general de que el banquero tiene en sus arcas el oro correspondiente a la cantidad escrita en él.
Pero este no es el gran truco.
El chollo y la bicoca vienen cuando el banquero se da cuenta de que:

a)     Nadie comprueba efectivamente cuánto oro guarda efectivamente en sus arcas. Lo que sustenta el valor de sus billetes es una creencia: el convencimiento generalizado de que cuenta con el oro necesario para respaldar sus préstamos.

b)    Es muy difícil que todos sus deudores y depositantes se pongan de acuerdo para exigir a la vez el cambio de los pagarés o billetes por la cantidad de oro real al que teóricamente equivalen.

La conclusión es sencilla: Los banqueros emiten los pagarés que les salen de los huevos, independientemente del oro efectivamente depositado en sus arcas. Es decir, multiplican su negocio sin tener ningún respaldo real. Pero sus deudores sí que deben acreditar que poseen bienes suficientes que avalen el préstamo.
El banquero CREA DINERO DE LA NADA. Éste es la auténtica madre del cordero del capitalismo financiero.
Y esto no es un engaño de tiempos remotos gestado en el sórdido cubil de una judería del siglo XIV. Esto es lo que pasa cuando pedimos un préstamo hoy día. Y es completamente legal.
Se llama Reserva Fraccionaria.   
Se calcula que, actualmente, sólo un pequeño porcentaje del dinero que circula en el mundo está respaldado realmente por valores reales. El resto son simples anotaciones electrónicas.

Para dar cierta apariencia de control a este mamoneo, existe lo que se llama el Requerimiento Fraccional de Reserva: el límite que impone la ley para la creación de dinero mediante el coeficiente de caja.
Es decir, el porcentaje de dinero que un banco debe mantener mediante reservas líquidas (reales).
Esto no es más que un paripé.
Para hacerse una idea de las cifras que suelen manejarse para estos coeficientes sirve de muestra un botón: El Reglamento 1745/2003 del Banco Central Europeo establece el coeficiente de caja en un 2% de forma general aunque hay algunos pasivos que, según el art 2 del mismo Reglamento tienen un Coeficiente de Reserva del 0%. Es decir, los banqueros pueden crear dinero de la nada SIN NINGÚN RESPALDO EN ABSOLUTO.
¿Qué es, por tanto, el dinero? EL DINERO ES DEUDA.

Cada vez que solicitamos un crédito, el banco crea dinero -deuda- de la nada por el simple hecho de hacer una anotación electrónica. Ese dinero no está respaldado por ningún valor real, tan solo por la confianza, correcta o infundada, en la solvencia del propio banco. Pero si no podemos hacer frente a la deuda, seremos desahuciados de nuestra casa o nos quedaremos sin coche.
LA DEUDA ES PODER: Le conferimos al banco el control de nuestras vidas y la posibilidad de dejarnos en la calle a cambio de una anotación en un ordenador.


2.    LOS SUPERBANCOS.

El 1 de Julio de 1944, en un lugar llamado Breton Woods, Estados Unidos reúne a sus países satélites.
Estaba relativamente próximo el final de una guerra provocada, precisamente, para impedir que prosperase un sistema económico no sometido a la usura de la finanza internacional. Alemania, en el mayor milagro económico de la Historia de Europa, había pasado de ser una economía quebrada, con una inflación estratosférica, con paro y miseria enormes, a ser la economía más boyante de Europa en la que los trabajadores alcanzaron niveles de bienestar y justicia social no conocidos hasta entonces.
La receta para esta prosperidad sin precedentes fue relativamente sencilla: El Nacionalsocialismo libró a la economía alemana del yugo de la usura internacional y acuñó su moneda sustituyendo el entonces vigente patrón oro por el patrón trabajo. Se había dado a los usureros un poco de su propia medicina: la confianza –sustento, como hemos visto, de todo el sistema financiero- ya no se refería a las hipotéticas reservas de oro de los banqueros, sino a la capacidad de producción de los trabajadores y empresarios alemanes.
Como es sabido, los principales beneficiarios históricamente por la Usura financiera, usaron todo su poder propagandístico y económico para acabar con ese sistema político. No podían consentir la consolidación de un peligroso precedente que terminase con su forma de vida parásita. Ya sabemos, desgraciadamente, como terminó aquello.
Cuando quedaba menos de un año para el final de esta guerra desatada por la finanza internacional, es cuando se produce la citada reunión.
 En Breton Woods se afianza el librecambismo y se sustituye el oro por el dólar como patrón para establecer el valor de las monedas de los países satélites de Estados Unidos.
Se crean entonces dos instituciones que siguen siendo clave para mantener la brecha entre países ricos y pobres: El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Teóricamente su función es ayudar a los países más pobres. En realidad, lo que hacen en la práctica es condenar a los países a la pobreza perpetua.
La deuda que contraen las naciones que caen en sus garras es tan brutal que, para pagar simplemente los intereses del préstamo, deben destinar a tal fin la mayor parte de su producto interior bruto, es decir, de su riqueza nacional.
Esta falta de inversión en infraestructuras provoca más pobreza que a su vez genera más deuda. Como buenos banqueros, lo que les interesa no es tanto que el deudor pague como que la deuda no se pueda pagar nunca. Y así mantener bajo su bota toda la política económica del país huésped.
En la práctica esto se traduce en el mangoneo de las economías nacionales. El reciente caso de Grecia es paradigmático.   
Es conocido que esta política económica dictada por los superbancos siempre apunta en el mismo sentido: Jamás hablan de limitar los beneficios de las grandes empresas o de la función social de la propiedad, sino de cosas como eliminar el salario mínimo, limitar las ayudas sociales o precarizar cada vez más los contratos de trabajo.
Los instrumentos para lograr esos fines no sólo no son combatidos por los partidos de izquierda sino que forman parte de su dogma: inmigración, masiva, eutanasia, multiculturalismo, etc. Los de derecha, por su parte, aunque con obscenos guiños  a un presunto patriotismo en el que realmente no creen, aplauden como geniales las recetas neoliberales y librecambistas.
Al final, el fin último de la Globalización tan defendida, publicitada y financiada por los Soros, Kissinger, Rotschild o Bill Gates de turno es LA CESIÓN DE LA SOBERANÍA NACIONAL A UNA OLIGARQUÍA FINANCIERA INTERNACIONAL 
Todos los terminales mediáticos de esta oligarquía, desde Greta Vinagreta a Bergoglio reman en esa dirección.
Los partidos políticos de las democracias occidentales no son más que otro instrumento al servicio de este fin. Esperar que Iglesias, Abascal, Casado o algún otro títere de estos poderes financieros muevan un dedo para cambiar esto es pedirle castidad a las putas.
Independientemente de su careta ideológica, los partidos son, como en el viejo cuento polaco, el hacha que convence a los árboles de que está de su parte porque tiene el mango de madera.

J.L. Antonaya

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