Revista NOSOTROS nº52 –
Verano 2020
Esa mezcla de mentiras de
obligada creencia, papanatismo, estupidez y cinismo que constituye la ideología
progresista está llegando a unos límites de absurdo que ni los más alucinados
autores surrealistas se hubieran atrevido a sospechar.
Una masa cada vez más
alienada de necios y tarados lleva a extremos talibanescos su rencor y su
intransigencia contra cualquier mínima disidencia en su venenoso dogma.
En la tele no hay tribuna de opinión, serie,
película, tertulia de julandrones o concurso de cocineros que se libre de la
censura progre. En toda serie tiene que haber una cuota obligatoria de homosexuales
y lesbianas, siempre en los papeles de los “buenos”. El papel de los “malos”
siempre es para personajes heterosexuales y blancos. Se llega al ridículo de
poner a actores negros a interpretar a Julio César o al Rey Arturo, algo que
tiene tanta lógica como si en una biografía sobre el terrorista Mandela éste
fuera interpretado por Brad Pitt.
En las redes sociales, la
inquisición contra cualquier opinión disidente es sistemáticamente borrada y
sus autores castigados.
Al espectador se le
adoctrina desde la infancia en todos los disparates de las diversas ideologías
de género, multiculturales, ecolojetas y endófobas.
La estupidez y la
ignorancia se han convertido en virtudes ejemplares. La ausencia de análisis
crítico es sinónimo de corrección política y de integración social.
El objetivo está claro:
Se trata de que el europeo reniegue de su Raza, de su Historia y de su Cultura
y se sienta culpable de todos los males del Universo.
Y lo han conseguido.
Lo más triste es que el
poder de los medios globalistas sobre la población ha llegado a tal nivel de
control que las movilizaciones sociales se planifican, supervisan y orquestan
con técnicas de marketing y con estrategias calcadas del mercado publicitario.
Una conocida frase del
mundo comercial alaba a un buen vendedor como alguien “capaz de venderle hielo
a los esquimales”. Hoy, los periodistas, “influencers” y demás pastores del
rebaño social han superado ese tópico.
Han conseguido que la
gente se movilice contra el “racismo” en países en los que no hay ninguna norma
que discrimine a las razas extraeuropeas. En países en los, paradójicamente,
los únicos discriminados por su raza son los ciudadanos de raza blanca que
deben renunciar a un determinado porcentaje de puestos en la administración, en
los repartos de las obras de ficción o en las ayudas sociales para que se
beneficien los integrantes de etnias exógenas.
Han conseguido que una
marabunta de histéricas adoctrinadas en el odio al varón, lloriqueen constantemente
contra el “machismo” en países como España en los que no hay ninguna ley que
discrimine a las mujeres por su sexo.
Las últimas leyes que
limitaban los derechos civiles de la mujer fueron abolidas en la época de
Franco gracias a la labor de mujeres falangistas como Mercedes Sanz Bachiller o
Pilar Primo de Rivera.
Paradójicamente, en España son los hombres los
discriminados legalmente por normas como las de “violencia de género” que se
saltan a la torera los principios de presunción de inocencia o de igualdad ante
la ley cuando el acusado es un varón.
Pero ninguno de los
padres privados de la custodia de sus hijos por motivo de su sexo, ninguno de
los acusados falsamente de malos tratos y ninguno de los perjudicados por las
“cuotas” que reservan puestos de trabajo para las mujeres por el simple hecho
de serlo, organiza manifestaciones apoyadas por el Gobierno para protestar.
Ni mucho menos tiene el
poder de imponer sus celebraciones oficiales por encima de la salud pública
como hicieron las integristas del 8-M con su aquelarre oficial que nos ha
costado más de 40.000 muertos.
En España no hay ninguna ley que discrimine a
los homosexuales. Los hay en cualquier ámbito de la vida pública, incluyendo a
Ministros y militares. A los invertidos no sólo no se los discrimina sino que
se les reserva un puesto de honor en tertulias, concursos y cualquier actividad
social relevante con el objetivo proselitista de que parezcan mucho más
numerosos de lo que realmente son.
Y sin embargo, la agenda
globalista reserva un sitio de honor en sus fiestas de guardar al llamado
“orgullo gay”. No hay empresa que se precie, equipo deportivo, hoja parroquial,
guardería, asociación de vecinos o club de amas de casa que no exhiba
cansinamente la estridente banderita arcoiris en las fechas establecidas por
los amos del cotarro.
Curiosamente, en países
como Arabia Saudí o Marruecos donde a la mujer se la tiene en menos
consideración legal que a un animal doméstico y donde ser homosexual es delito,
los lobbys feministas y bujarrones guardan un respetuoso silencio para no
ofender a la “religión de paz” que lapida adúlteras y ahorca pederastas.
La doctrina progre está
logrando su objetivo de establecer un sistema de castas en el que ser español,
blanco y heterosexual equivale a ser un ciudadano de segunda.
J.L.
Antonaya