El despropósito y el engaño se han instalado en nuestra realidad cotidiana-covidiana con la cansina omnipresencia del adoctrinamiento más zafio. Las televisiones nos bombardean con una ininterrumpida campaña de terror para que la población se inocule unos ensayos clínicos cuya inutilidad y peligro es reconocida por sus propios fabricantes y mercachifles.
La economía está siendo arrasada por unas restricciones
tiránicas encaminadas a terminar con la pequeña y mediana empresa en beneficio
de los grandes emporios usurarios internacionales. Esos que, cuando quiebre
definitivamente nuestra economía, aparecerán como salvadores a vendernos como
solución su tiranía financiera.
Y es que la dictadura sanitaria no es más que la antesala y
ensayo general de la dictadura globalista de la Usura y el genocidio
consentido.
Nuestras más elementales libertades civiles y nuestros
derechos más básicos son pisoteado por un Estado policial con la excusa de una
enfermedad que tiene un índice de letalidad ínfimo comparada con otras como el
cólera, la tuberculosis o la malaria que matan a millones de personas todos los
años.
Pero lo que subyace bajo el gran experimento global de
ingeniería social va mucho más allá del multimillonario negocio de las
"vacunas" que no inmunizan o de los "tests" que convierten
a personas sanas en "asintomáticas" como una actualización siniestra
del viejo chiste:
- Cariño, no me
amortajes ¡estoy vivo!
- El doctor ha dicho que estás muerto. A ver si ahora vas a saber tú más que los médicos.
Esta vez no es solamente un tocomocho como el de la gripe aviar para que los países compren millones de dosis del mejunje de turno. Ahora se trata de testar el grado de sumisión y obediencia de la población ante una campaña mediática a nivel planetario.
Y los resultados no pueden ser más alentadores para esa
élite podrida que, desde bilderbergs, davos, logias, cefeerres y trilaterales
maneja los hilos de la tramoya globalista para imponernos su siniestra Agenda
2030.
Los sanedrines del Nuevo Orden Mundial están imponiendo sus
dogmas delirantes como si fueran los mandamientos incuestionables de una
religión.
Si han sido capaces de convencer a la gente de que
permanezca encerrada en su casa o de que se ponga un bozal con la pandemia
menos letal de la Historia, podrán convencerla de cualquier cosa.
Convencerla, por ejemplo, de que el planeta está
superpoblado a pesar de la notoria falacia de esa afirmación. Los que hoy
aceptan inocularse dudosos y peligrosos fármacos experimentales, aceptarán que
se esterilice a sus hijos o que se asesine mediante la eutanasia a sus padres y
abuelos. Y, además, presumirán de ello como muestra de su progresista
compromiso con la sostenibilidad del planeta.
Convencerla, por ejemplo, de que la raza indoeuropea, en
lugar del faro civilizador que, desde Grecia y Roma, ha alumbrado al mundo con
las más altas muestras de arte y cultura, es, en realidad, una anomalía
perniciosa a la que hay que exterminar mediante el mestizaje multicultural y la
sustitución poblacional. Los que hoy aplauden a las oenegés que trafican con
inmigrantes, son los mismos que dan la bienvenida a los integristas islámicos o
que se arrodillan ante los negros cuando se lo ordena la televisión. Al europeo
se le impone el dogma del auto-odio y de la culpabilidad por existir para que
acepte de buen grado su propio exterminio.
Convencerla, por ejemplo, de que el varón es, por el hecho
de serlo, potencialmente peligroso para la mujer. Y de que discriminarlo
legalmente y vulnerar principios generales del Derecho como la presunción de
inocencia o la igualdad ante la ley es algo muy progresista y benéfico. La
sociedad que acepta sin rechistar los disparates y psicopatías feministas está
condenada a su inevitable degradación.
Convencerla, por ejemplo, de que el sexo, en lugar de una
cuestión biológica, es una opción caprichosa sobre la que se puede decidir como
el que elige el color de una camiseta. Si un enfermo mental afirma que es
Supermán, todavía se le trata psiquiátricamente, pero si un hombre dice que es
una mujer, se le sigue legalmente la corriente e incluso se le castra y hormona
con cargo al erario. Es como si al que dice que es Supermán se le pagase la
capa y el traje con cargo a nuestros impuestos y se le animarse a salir volando
desde la azotea. La corrección política es la elevación a rango de dogma de
viejos chistes.
- Doctor, mi marido dice que es una vaca. ¿Qué podemos
hacer?
- No se preocupe. De momento, vaya quitándose usted las
bragas y empezaremos por ponerle los cuernos.
Convencerla, por ejemplo, de que viajar en avión o en coche
es muy malo para el medio ambiente. Mejor te confirmas con uno de esos
ridículos patinetes eléctricos. Además, los sueldos que se están pagando a la
mayoría de nuestros jóvenes, no dan ni para un vespino. Así que mejor te
conformas con un patinete eléctrico y presumes de ecosostenible y
giliclimático.
O de que comer carne es muy contaminante. Mejor gusanos y
guarrerías veganas.
Al final, la única forma que tendremos de degustar un chuletón es que nos inviten a la boda de un político, de un banquero o de un cocougetero.
J.L. Antonaya