Revista GALERNA Nº8
Con una metáfora
que le costó años de cautiverio, torturas y humillaciones a manos de los vencedores
de la Segunda Guerra Mundial, el gran Ezra Pound definió a la Usura como el
cáncer del mundo. Pocas definiciones hay más certeras del poder financiero
internacional que, para preservar su hegemonía, promovió y patrocinó el
conflicto que ensangrentó al mundo entre 1939 y 1945.
En este
siniestro, pandémico y neonormal siglo XXI, estamos sufriendo en carne propia
la devastadora metástasis del cáncer que diagnosticó el poeta.
Los
trampantojos y pretextos que utiliza la Usura internacional para justificar su
intromisión venenosa en la vida de las naciones son distintos de los de hace
noventa años pero el objetivo sigue siendo el mismo: El sometimiento de los
pueblos, la degeneración de la cultura, el envilecimiento de la sociedad, la
inmoral rapiña de la economía, la destrucción de la Tradición, la muerte de las
naciones, la africanización de Europa… La élite financiera que acapara el 90%
de la riqueza mundial, ahora quiere también el 10% que le falta y, además, configurar
un Gobierno Mundial que imponga su rapiña sin tapujos y con el aplauso de sus
víctimas.
No tendrás
nada y serás feliz.
Ya no se
llaman Protocolos de los Sabios de Sión sino Agenda 2030. Son la versión 2.0
del Globalismo capitalista. Las técnicas de control social y lavado de cerebro colectivo
han alcanzado cotas de eficacia impensables hace sólo unas décadas. Desde
telediarios, películas, tertulias, e incluso anuncios publicitarios, se condiciona,
configura y controla la cosmovisión del sumiso ciudadano posmoderno.
El objetivo
de este lavado global de cerebro al que llaman “Gran Reseteo” no es solamente
anular cualquier disidencia frente a la dictadura globalista sino, en un
birlibirloque orwelliano y perverso, conseguir una sociedad de esclavos orgullosos
de sus cadenas. De desvalijados aplaudiendo a los ladrones que les roban.
No tendrás
nada, obedecerás y serás feliz.
Lo que no consiguieron Gengis Khan, el Gran
Turco o las interminables agresiones islámicas, lo están consiguiendo las
oenegés negreras de “openarms” y subvención, las putejas voluntarias de la Cruz
Roja y los payasos de tertulia televisiva. Desde su putrefacto agujero en el
infierno, Kalergi sonríe al ver la complacencia endófoba con la que Europa
asume alegremente su suicidio cultural, moral y étnico.
No tendrás nada, invadirán tu tierra y serás
feliz.
El europeo
posmoderno es troquelado desde su infancia para convertirse en un ser
blandengue, neurótico y, sobre todo, con complejo de culpabilidad.
Se siente
culpable por ser blanco, por ser heterosexual o porque las sinfonías de
Beethoven suenen mejor que los tambores africanos o las flautas andinas. El
europeo posmoderno se arrodilla ante los negros si un traficante estira la pata
al ser detenido en USA.
No tendrás
nada, te humillarás cuando se te ordene y serás feliz.
El europeo posmoderno consiente sumisamente en
ponerse un bozal o en ser inyectado con dudosos tratamientos genéticos a la
mayor gloria de las multinacionales farmaceúticas y los políticos corruptos. El
europeo posmoderno acepta que principios fundamentales del Derecho como la
presunción de inocencia o la igualdad ante la ley sean conculcados por
sectarias “Leyes de género”.
No tendrás
nada, calzonazos, y serás feliz.
Los medios
de comunicación, convertidos en sumisos voceros, palmeros y feladores del Nuevo
Orden Mundial, cada vez disimulan menos su condición de títeres del Globalismo.
Los periodistas han sido sustituidos por actores, los intelectuales por colipoterras
televisivas y por cocineros de tertulia, las ideas por eslóganes, el arte por la
estridencia, la Historia por la tergiversación sectaria y, presidiéndolo todo,
como un tumor omnipresente, hediondo y putrefacto, la Mentira.
La Mentira
es la seña de identidad de la nueva religión politicorrecta, el deus ex machina
de la posmodernidad, el marchamo imprescindible de los dogmas judeoprogres.
Incluso la
neolengua estomagante de los cursis y los imbéciles ha rebautizado la Mentira para
hacerla más digerible. Ahora la llaman “posverdad”.
No tendrás
nada, te creerás cualquier cosa y serás feliz.
En la
dogmática pseudorreligiosa posmoderna, las mentiras hacen las veces de
mandamientos incuestionables, ya se trate de tremebundas e improbables leyendas
negras de la Segunda Guerra Mundial, de adoctrinamiento
homosexual, de histérico y feminista (valga la redundancia) odio al varón, o de
las milongas climáticas de Greta Vinagreta.
Cualquiera
que muestre la más mínima duda o discrepancia frente a los mismos se convierte
en un proscrito y, según la gravedad de su transgresión, es castigado con la burla,
el menosprecio, el ostracismo, el linchamiento mediático o la persecución
judicial.
Y estos son
los naipes con los que tenemos que barajar los que no pasamos por el aro. El
precio por ser halcón en un mundo de borregos se está poniendo por las nubes.
Nunca fue
barato. Los que llevamos décadas denunciando la tramoya putrefacto del Régimen
del 78, sus pompas y sus obras, estamos acostumbrados a la discriminación social,
laboral y personal por parte de los beneficiarios y lameculos de la monarquía
parlamentaria.
El viejo lema falangista de los tiempos de
persecución - ¡No importa! -, se ha convertido en actitud permanente y consustancial de nuestra
militancia frente a la insidia del enemigo.
Ahora nos enfrentamos a la versión 2.0 de la
caza de brujas antifascista. Rodeados por fiscalías del odio, sanedrines
periodísticos, policías del pensamiento, pasaportes covidianos, lobbys
negroides, orgullos monfloritas, memorias histéricas, aquelarres feministas, cuentos
climáticos y demás martingalas inclusivas y sostenibles, no queda sino cerrar
filas, apretar los dientes y permanecer en pie entre las ruinas enarbolando las
banderas prohibidas de la Verdad, la Justicia y la Revolución Nacional.
Y, cuando
estemos tentados de aflojar por desaliento, pensar que, si nuestras voces
disidentes no les afectasen, no se tomarían tantas molestias para silenciarlas.
J. L.
Antonaya