Es hora de confesarlo: Soy trans y he decidido salir del armario. Ya estoy harto del terrible conflicto que me supone representar un rol que no percibo como mío. Si dejan que tíos de pelo en pecho participen en campeonatos femeninos de natación sólo porque dicen sentirse tías, yo también exijo que se me juzgue por la forma en que me percibo y no por lo que realmente soy.
Mi síndrome es bastante más complejo que el de los maromos
que compiten en el deporte femenino.
Mi problema no tiene nada que ver con el ámbito erótico-festivo.
Me gustan las señoras. No todas, claro. Aunque a medida que me hago viejo, noto
que mis criterios acerca de la potabilidad de las damas se vuelven mucho más
elásticos y benevolentes. Pero no, el asunto no va por ahí.
La cosa es mucho más compleja: Yo soy transcircunstancial.
Me explico: Si se
admite la máxima orteguiana de "Yo soy yo y mi circunstancia" como
definitoria de la identidad de un individuo, se comprenderá mejor el trauma que
padezco.
Y es que mi autopercepción varía en función de la
circunstancia y del momento, lo que me provoca ansiedad y frustración.
Así, por ejemplo, en el ámbito tributario, la grosera
realidad es que soy uno de tantos españoles que, aunque andan con lo justo, son
víctimas de la rapacidad recaudatoria de nuestro ejemplar Estado de Derecho.
Yo, sin embargo, me autopercibo como multimillonario y me
parece una injusticia tremenda que no se tenga en cuenta esta circunstancia y
no se me proporcionen los fondos necesarios para montar una SICAV o chollo
similar para no pagar impuestos.
Otro ejemplo de mi martirio: Cuando voy a comer a un
restaurante, me percibo unas veces como liberado sindical y otras como parlamentario
(mi trastorno es de naturaleza fluida). En ambos casos mi padecimiento es
inconmensurable cuando el camarero, insensible ante mis tribulaciones, me
obliga a pagar de mi bolsillo la consumición. Los prejuicios y estrechez de
miras de algunos hosteleros carpetovetónicos les impiden ver que soy un notorio
parásito presupuestívoro atrapado en el cuerpo de un contribuyente raso.
Les ahorro, amables lectores, el relato tristísimo de mis
íntimas humillaciones cuando me percibo como director de cine español y no se
me concede ni una mísera subvención; cuando me percibo como tertuliano
televisivo y no me llevan a la tele para hablar de Rociito o del sopapo que
Will Smith le dio al otro negro; cuando me percibo como arzobispo de
Madrid-Alcalá y no me dejan ni decir misa... Es horrible.
Sólo espero y deseo que el Ministerio de Igualdad y
Fraternidad, el de Travelos Empoderados o el que corresponda, solucione mi
conflicto existencial.
Y, ya puestos, me proporcione alguna paguita cuando me
percibo como mena.
Texto publicado en el número 38 de la Revista SOMOS. Abril 2022
J.L. Antonaya